
Sentado en el borde de una vieja banca a la entrada del bosque, masticaba mi poco satisfactoria realidad, el asunto había sobrepasado los limites admisibles, ya no tenía fuerzas para nada... por momentos me olvidaba que hacía parte de este mundo... solo una leve conexión visual me recordaba de vez en vez esta pertenencia real, pero no absoluta. Las cosas ya no podían seguir así, y solo él podía ayudarme, pero donde estaba???... hacía una eternidad que no lo veía, ya casi no recordaba como llegar a él, y sin embargo, dado que era mi única esperanza, me adentré en el bosque, la búsqueda comenzaba.
Los árboles siempre gentiles me susurraban el camino, el viento me recogía cuando mi cuerpo me abandonaba, la luna me guiaba cuando ya no podía ver... y la lluvia, de vez en cuando, me recordaba que estaba vivo.
Y así fue, luego de un largo camino por oscuros senderos, lo volví a encontrar. El viejo árbol de las preguntas estaba más oscuro, imponente y tenebroso que nunca... inmerso en un otoño infinito parecía ser parte de otro mundo
..., y yo???... yo estaba ahí, de vuelta, sin nada que mostrar, semi-oculto, casi presente, como un viajero luego de un largo viaje inexistente, intangible. Nos miramos, nos reconocimos... no había nada que decir, si estaba ahí era por algo y ese algo no necesitaba explicación, no para él.
Me senté y me escondí bajo la sombra de la incertidumbre, porque nadie me viera, por dejar pasar eso que tanto anhelaba, quería que el tiempo se fuera, que el dolor se alejara, que la calma inundara mi corazón. Mi espalda apoyada en su costrosa piel, mis ojos cerrados, la mente en blanco,... despierto, semi-inmóvil, reflexivo... sombrío, casi-triste, envejecido,... se me había ido la primavera, solo quería otoñecer.
Pasaron meses y meses de días cortos y noches largas, mis brazos comenzaban a parecer ramas, mis pies enterrados en la tierra echaban raíces. Es en esa reflexiva semejanza que encontré claridad en mis preguntas, la claridad suficiente para transmitirlas en silencio al viejo árbol. Siguieron pasando días y noches, y en una perfecta conexión, mis preguntas llegaban al árbol para trasformarse en respuestas y volver a mi para transformarse en nuevas preguntas... un intercambio infinito, por momentos fructuoso, por momentos desolador.
Podría haberme quedado ahí una eternidad y preguntas no hubiesen faltado, pero no era mi objetivo, yo solo quería reencontrarme, redescubrirme. Habiendo recuperado la fuerza, las energías, las ganas... habiéndome acercado a un equilibrio casi soñado, estaba casi listo para partir. Fijamos entonces una fecha simbólica para la despedida. A la espera de tal día, la metamorfosis comenzó su fase culmine, comencé a cambiar mi piel casi costrosa, mis raíces volvieron a ser pies y mis otoñecidas ramas volvieron a ser primaverales manos.
Llegado el día, ocupamos la mañana completa para dejar que el silencio nos despidiera hasta, quien sabe, una próxima vez. De camino a casa, olvido como siempre el camino que lleva al viejo árbol de las preguntas, al viejo árbol de las respuestas, y sin embargo sé que está ahí, bien adentro, escondido en la inmensidad de este bosque que me habita, esperandome para cuando lo necesite una vez más.