
Relatar ciertos episodios de mi vida, por embarazoso que pueda resultar, no me causa gran
dificultad, pero describirme, decir quien soy, decir que quiero, vaya que me cuesta, sin embargo, es una pregunta que me hago frecuentemente. Después de todo poder responderse este tipo de interrogantes facilitaría muchas decisiones, el camino a recorrer sería menos oscuro y complejo. Ahora bien, estancarse con ese tipo de preguntas, podría eventualmente complicar y oscurecer aún más las cosas y peor aún, no dejarnos ver las cosas bellas que el mundo nos regala a cotidiano. Hace unos minutos y envalentonado por la música que escuchaba, el niño vestido de arcoiris me “sopló” una manera esquemática de presentarme y de paso presentarlo. En matemáticas frente a un problema complicado, una posible estrategia sería ver si el problema en sí, puede subdividirse en sub-problemitas de apariencia más simple, y luego ver como conjugar las respuestas de cada uno de estos sub-problemitas par dar lugar a una solución del problema inicial. En este espíritu, a la hora de describirme (simplificando enormemente el problema), diría que mi personalidad, mi forma de ser, mi forma de sentir, mi forma de vivir es una suma (con pesos que varían en el tiempo) de tres grandes formas, formas que representaré por tres niños, tres niños idénticos, el primero vestido con tunica blanca, de cara lavada, un tanto seria, pero resplandeciente, el segundo vestido de arcoiris, de cara sonriente y las manos un poco sucias de tanto jugar con tierra, el tercero vestido con ropas oscuras, y una capucha que le esconde la cara. Describir a cada uno de ellos por separado distará mucho de describirme a mi, justamente, he ahí la dificultad...saber como se conjugan, como se mezclan, como juegan entre ellos, eso, eso es lo que hace la diferencia y me diferencia (estos tres niños conjugados de otra manera, darían muy probablemente lugar a otra persona muy distinta a mi).
Durante mi infancia, el niño vestido de blanco absorbía la mayor parte del tiempo al resto, estudioso, buenito, obediente, tierno en la imagén, casero a rabiar, malo para las actividades fisicas, un tanto enfermizo y muy, pero muy tímido, se robaba el corazón de las profes de la escuelita, ponía chocho al papá y contenta a la mamá, eso por el lado bueno, por el lado malo, era uno de los llamados a jugar al arco en las pichangas de barrio y de la escuela (no exactamente por ser un gran arquero). El niño vestido de arcoiris, por el contrario disfrutaba mucho de hacer pasteles de barro, de jugar con autitos, y en general de jugar con sus primos, dibujar y “hacer inventos”. El niño de vestimentas oscuras prefería su mundo, la soledad, jugar con soldaditos de plástico, experimentar con hormigas, arañas y otros bichos, y por cierto, ante situaciones que el consideraba injustas, esperaba la hora de acostarse, y una vez que la luz se apagaba conversaba en silencio con su única amiga, “la almohada”, quien en muchas ocasiones lo vio ponerse rojo de rabia y otras tantas le sirvió de pañuelo de lágrimas.
Durante la adolescencia, el niño vestido de blanco mantuvo protagonismo, aunque el niño de arcoiris se aparecia en público de vez en cuando para no dejarme desaparecer entre medio de la multitud. El niño de prendas oscuras comenzó a ganar espacio y tiempo, pero siempre en soledad, de preferencia con la almohada cerca y con poca luz.
Hoy en dia, creo que los tres han tenido sus momentos de protagonismo y me gustaría precisar, que al niño vestido de blanco, a pesar de ser el más responsable, le está costando levantarse en las mañanas, que el niño de arcoiris, a pesar de ser el más carismático, en realidad le gustan mucho las luces, y que el niño de ropas oscuras, si bien oscuro, es muy tierno y lo quiero mucho.
Continuará...